“La felicidad siempre nos regresa a la infancia”.20


Por Juan Cruz

De El País de Madrid. Especial para Página/12
Domingo 7 de diciembre de 2003

A punto de cumplir 60 años, Serrat hace un repaso de su carrera, de su vida y de sus convicciones. Ya abuelo, siempre popular, nostálgico por momentos, el cantautor con el que se identificaron varias generaciones habla desde cierta serenidad que le han dado los años y el camino.

Disfruta de la vida. Cuando lo entrevistamos, un viernes a mediodía en un despacho muy luminoso del Círculo de Bellas Artes, en Madrid, va cargado de bolsas con regalos para sus nietas, y es que el 27 de diciembre de 2003 tendrá 60 años… Ya no sólo lo mira todo el mundo, sino que también lo miran las hijas de sus hijos… Le divierte la situación: él, que jamás fue a las fiestas de cumpleaños de sus hijos, ahora irá, esta misma tarde, a la fiesta de cumpleaños de sus nietas, para encontrarse allí con madres y con padres que acaso, y esto no lo dice él, se han enamorado escuchando su música y sus poemas. Llega media hora antes a la entrevista y se entretiene esperando en la librería Antonio Machado, buscando libros de Quevedo y textos en los que se hable de los vicios capitales.

Este Serrat que conocimos desde hace tantos años adquiere la fisonomía del Joan Manuel Serrat que ha alentado durante cuatro décadas y 400 canciones una manera de ver la vida que alguna vez (¿alguna vez?, ¡muchísimas veces!) ha sido la manera de ver la vida de miles y miles y miles de personas en España y en América latina. Tenerlo enfrente es, pues, tener enfrente a alguien que susurró lo que quisimos cuando más nos hizo falta. El sonríe, sonríe siempre, excepto cuando no sonríe, y cuando no sonríe aparece en su mirada el gesto inequívoco de un niño despojado; no hay nada más amado “que lo que perdí”, y en el centro de esas pérdidas está la de la madre, cuya historia sencilla, pero dramática, parece simbolizar el tiempo más triste de la vida española del último siglo. Pero él hoy está feliz, puede ser un gran día, puede serlo siempre, y no lo será por lo solemne, sino por las pequeñas cosas de las que está hecha la vida y que él se dispone a disfrutar como si no hubiera pasado mañana. Cuando sonríe revela que hay un adolescente aún en su alegría.

–Ahora cumple usted 60 años. ¿Qué reflexión le trae el paso del tiempo, la edad?

–No dejo de sorprenderme. Y me sorprendo por el paso rápido del tiempo, la manera en que todo ha ido ocurriendo. El camino me ha servido para aprender cosas, faltaría más; hubiera sido una tragedia que no hubiera aprendido. El discurrir del tiempo te deteriora, pero es un deterioro del que vas sacando un aprendizaje. Tampoco sé si este aprendizaje es muy útil, porque siempre te llega un poco más tarde de cuando te hubiera hecho falta. Uno aprende a ser padre cuando ya es abuelo… La experiencia es un peine que te dan cuando ya no tienes pelo… Sin embargo, yo me miro y me digo: ¿qué esperas para hacerte mayor?

–La edad, el camino, los golpes que da la vida… ésos han sido símbolos constantes en sus canciones…

–Quizás he hablado más de la edad en general, y del tiempo y del camino, en mis años más jóvenes… Habría que preguntarle a aquel que fui…

–Aquel que fui, ¿quién era?

–De alguna manera es el que soy. Aspiro a haber sido capaz de conservar aquel que fui, lo que aprendí en mi casa… La riqueza mayor que he podido acarrear es lo que mis padres me enseñaron con su ejemplo. He tenido la suerte de tener buenos maestros y de haber complementado lo que he asimilado con todo aquello que me ha ido ocurriendo.

–Usted mismo ahora es una referencia…

–Yo nunca he tenido la pretensión de serlo. No explico otra cosa que mi punto de vista y aspiro a que este punto de vista sea respetado. No pretendo otra cosa. Pero a veces ocurre que las cosas por las que me muevo, las cosas que me empujan, coinciden con las cosas que conmueven, empujan y hacen que funcione mucha gente…

–¿Qué lo conmueve hoy?

–¡Hostia! Creo que limitar la conmoción a una serie de cosas me preocuparía mucho… Me preocupa todo lo que conozco, e incluso lo que ignoro, así que me conmueve casi todo en mayor o menor grado.

–Lo cierto es que usted ha vivido un período muy complicado en España y en el mundo…

–Pero también un período muy rico. Nos ha tocado vivir una época muy oscura de la historia de España, pero también nos ha tocado ver cómo los muros del silencio se derrumbaban y la luz entraba nuevamente… Y nos está tocando ver cómo aquellos tiempos pasados que creíamos que ya formaban parte de la historia de la España negra, olvidada, vuelven a presentarse constantemente y se manifiestan vestidos con otros hábitos; han cambiado los uniformes por el traje y la corbata, pero están ahí constantemente…

–¿Y ahora qué pasa?

–Parafraseando la canción de Antonio Molina, yo diría que el presente es muy oscuro trabajando en el carbón. El presente es muy oscuro.

–Muchos uniformes…

–Sí, ahora hay uniformes con corbata rosa… Pero confío en la gente, tengo la convicción de que la gente se sabrá organizar, como en un hormiguero. Tú pisas un hormiguero y en un momento montas un cristo… En fin, deja pasar el tiempo y verás cómo la gente se organiza. Es cierto que no estamos viviendo un tiempo más ilusionante en ningún sentido; las libertades no están ahí para quedarse, hay que luchar por ellas, nos las irán arrebatando si no nos damos cuenta de que cuesta ganarlas y conservarlas…

–Decía el filósofo Emilio Lledó que vivimos un tiempo enfermo…

–Probablemente. Pero los enfermos vienen de otro estado de salud y es de esperar que con un buen tratamiento la enfermedad sea superable y que volvamos a la salud… Estamos, en todo caso, pasando un tiempo que empuja muy poco al entusiasmo.

–¿De dónde vendría el tratamiento?

–De la confianza en unos dirigentes que entendieran lo que está ocurriendo y fueran capaces de ponerse al frente… Cuando oyes que hay un pasotismo general, habría que recordar las manifestaciones contra la guerra contra Irak o contra lo que supuso el “Prestige”, cuando la gente salió a la calle espontáneamente… Aquí hay una enorme responsabilidad del liderazgo de la oposición para reconducir este camino por el que va la gente…

–La infancia que usted cuenta en sus canciones es la de mucha gente… “Por la mañana, rocío; al mediodía, calor; por la tarde, los mosquitos; no quiero ser labrador.” Había una voluntad de cambio en el joven poeta que se enfrenta a la experiencia de los padres…

–Lo único que quería era hacerle un homenaje a mi madre, a la tragedia de una mujer que vive toda su vida caminando, y toda su vida la pasa mirando hacia atrás… Nace en un pueblo de Aragón, en Belchite; se muere el novio antes de la boda; sale del pueblo para trabajar en Barcelona; estalla la guerra cuando está en Barcelona; fusilan a su padre y a su madre; treinta miembros de su familia son ejecutados, asesinados en el pueblo; ella se dedica durante la guerra a recoger niños y a viajar con ellos por toda España, de arriba a abajo; vuelve a Barcelona; se casa con mi padre; vive la tragedia de todos los años de la posguerra, la escasez, el miedo, la persecución…; mi padre había salido de un campo de concentración, y, en fin, tiene un hijo en el que fija absolutamente todas sus esperanzas, espera superar con él toda una vida de tragedias y de decepciones… Para ella, resulta que el hijo es un buen estudiante, pero que se busca complicaciones en el franquismo… Con esa canción, Cançó de breçol, traté de darle un beso a esa mujer que, a pesar de todo lo que había ocurrido, seguía soñando con su pueblo. Acaso no hacemos otra cosaque soñar con la niñez, que debe ser el único tiempo feliz de nuestra vida…

–¿El único?

–Sí, completamente feliz no hay ningún otro. Yo quiero la niñez como el tiempo de la felicidad, de la luz, del descubrimiento. Luego, en la vida, la felicidad me ha ido salpicando, soltando las migajas que suele soltar. Las he ido a pillar al aire y aprovecharlas. Estoy muy agradecido a la vida. Pero el tiempo de la luz, del verano, de la fruta, ése es el tiempo de la niñez.

–¿Y ahora qué es la felicidad, si antes fue la fruta?

–Sigue siéndolo. Cada vez que me reencuentro con el melocotón, cada vez que me reencuentro con la playa, con una acequia, o cuando me voy a pescar, una terapia maravillosa, un momento en el que el pensamiento va de otra manera…, se vuelve a ese tiempo de la niñez, cuando mi padre me enseñaba a poner el gusano en el anzuelo…

–¿Cómo era su padre?

–Era un buen hombre, muy bueno. Era muy mañoso, no entiendo cómo de un padre tan mañoso hemos salido tres hijos tan sumamente torpes… Mi padre era extraordinario. Era capaz de fabricar todo lo que había en la casa. Ponía los ladrillos, alicataba los baños, hacía neveras. Las neveras las diseñaba él mismo, con madera; las rellenaba de aislante, las alicataba por dentro, hacía las bandejas, construía el lugar donde meter el hielo y tenía un mecanismo de depósito que se vaciaba desde atrás abriendo una llave…. Era un hombre sabio. Mi padre sabía por qué nacían las cosas. ¡Sabía por qué se encendía la luz!

–¿De dónde le viene la música?

–Ni idea. Mi madre hacía las camas cantando y soñaba con ser bailarina. La primera vez que fue a ver un ballet me equivoqué y la llevé al Liceo a ver la ópera china, que era cualquier cosa menos un ballet. Aquella mujer de Aragón me miraba como diciéndome: ¡pero dónde coño me has metido! Ella soñaba con ser bailarina; pero no soñaba a los cinco años, a los treinta y tantos seguía soñando con ser bailarina. Y te lo contaba…, con la misma naturalidad con que doblaba un pijama te contaba que seguía queriendo ser una bailarina…

–Lo vieron llegar al éxito.

–Sí, lo disfrutaron. Tuve la suerte de cumplir. Manolo Vázquez decía que los que habíamos sido pobres teníamos que cumplir; teníamos la obligación de comprarles un piso a los padres, retirarlos, y yo pude hacerlo. Yo les pude comprar un piso con sol y retirarlos.

–El éxito llegó enseguida. ¿Cómo lo recibió?

–Con satisfacción. Me ayudaba a conseguir unos objetivos inmediatos: me permitía contribuir a la economía familiar de una manera más eficaz, y me halagaba. Y me acercaba a las muchachas. El éxito me dio una facilidad para poder desarrollar lo que hasta entonces quedaba limitado al mundo de mi instinto. Y esto es algo muy serio, el que lo tome a broma se está equivocando: es algo muy importante, basta con que quien lo dude se mire al espejo.

–¿Cómo recuerda el efecto que tuvo su decisión de cantar en castellano?

–Sabía que iba a traerme complicaciones. En esta vida es mejor enfrentar las cosas; si haces las cosas sólo en función de lo que vayan a pensar los otros, uno acaba arrepintiéndose. Pensé que podía cantar en castellano; mi enemigo era el fascismo, no el castellano.

–¿América fue un descubrimiento?

–Llegué a América en 1969, cuando en México está reciente la matanza de Tlatelolco, en Argentina acaba de suceder el Cordobazo, en Chile estaba a punto de producirse el triunfo de la Unidad Popular de Allende… América era un hervidero de cosas… Me interesa mucho lo que ocurre, y miscanciones tienen mucho éxito… Allí me quedé seis meses y se produce una implicación que me llega muy hondo.

–Chile.

–Una historia muy amarga que todavía colea… En 1990 tocamos en homenaje a Allende en el estadio Nacional, y allí proyectamos las primeras imágenes del asalto a La Moneda que se veían en público… La represión fue tan horrorosa que el ciudadano no tenía ningún conocimiento de quién fue Pinochet. El exilio había arrastrado consigo gran parte de la información y el terror había capturado gran parte de la memoria.

–Cuba. ¿Cuál es su reflexión ahora respecto de Cuba?

–Rosa Luxemburgo, nada dudosa en este sentido, decía: “Estoy dispuesta a dar mi vida para que aquel que no piensa como yo pueda manifestarlo públicamente”. No existe ninguna otra forma de libertad ciudadana que no sea la de permitir al prójimo que exprese su opinión. Independientemente de que podamos hablar acerca de la Ley Helms-Burton y de la torpe, cruel política de Estados Unidos con respecto a Cuba… Y puedo tomar un texto de Pablo Milanés, que tampoco es dudoso: la vida no vale nada si no es para merecer que otros puedan tener lo que uno disfruta y ama.

Foto Ana D’Angelo