El 19 de marzo de 1937 se casa civilmente Miguel en Orihuela con su Josefina. El novio, radiante, luce uniforme de campaña. Riguroso traje de luto la novia por su padre, guardia civil asesinado en Elda a pocos días de iniciarse la contienda. Celebrarán su luna/sol de miel en Jaén, donde corregirá, ya en abril, las pruebas de imprenta de Viento del pueblo. A los cuarenta días de felicidad, tiene la esposa que desplazarse urgentemente a Cox para acompañar a su madre en sus últimos instantes.
Afortunadamente, son suficientes estas semanas de pasión y erotismo para recibir la soñada noticia el día 7 de mayo:
“No sé cómo decirte la gran alegría que tengo con lo que me dices de que voy a ser padre y cuando lo he leído te hubiera llenado de besos de arriba abajo, mujer, compañera, tormento mío. Ya me parece que eres de cristal y que en cuanto te des un golpe, por pequeño que sea, te vas a romper, te vas a malograr, me voy a quedar sin ti…”
Sólo cuatro días después, le envía este extraordinario poema, que incorporará en última hora a Viento del pueblo. Imposible resumir en unas líneas la resonancia personal de estos densos versos entre el erotismo y la mística. El esposo canta su amor, su asombro, ante la preñez de la esposa, morena de altos pechos. El soldado, que vive una soledad de explosiones y brechas, se carga de razones para luchar (“es preciso matar para seguir viviendo”, inteligente consigna de comisario político), y anuncia un futuro de besos hasta gastarse.
El soldado en campaña que leyera estos versos en El Mono Azul a las pocas semanas de su composición, pensaría en sus propios hijos, en sus futuros hijos (“Para el hijo será la paz que estoy forjando”). El yo lírico de Miguel se ha hecho voz de todos, a través de una escritura en cultos serventesios, de impecable factura y altísima calidad estética, uno de los más bellos poemas de guerra de la literatura universal.
Hay, en el poema original, ecos de Fray Luis (“morena de altas torres”), san Juan de la Cruz (“dando saltos de cierva concebida”), Quevedo (“te doy vida en la muerte”), etc. El poeta Miguel Hernández, como en Elegía, nos descubre lo mejor de su inspiración en las situaciones más dramáticas. Sangran de nuevo en un sólo poema las tres heridas del hombre: nace un niño (vida) en la guerra (muerte) de la pasión de dos reciéncasados (amor). “Del ay al ay por el ay…”
Nicolás de la Carrera
Poema en la voz del propio Miguel Hernández
Poema original:
He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:he llegado hasta el fondo.
Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.
Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.
Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.
Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.
Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.
Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.
Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.
Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.
Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.
De VIENTO DEL PUEBLO (1936-37)
Canción del esposo soldado
Versión de Joan Manuel Serrat
En la voz de Serrat
He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.
Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.
Escríbeme a la lucha siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo.
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.
Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano.
Y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.
Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.
He poblado tu vientre de amor y sementera.