por Manuel Vázquez Montalbán *
(1939-2003)
Los que hemos nacido en los barrios que le
sobraban a la burguesía de la ciudad, y hemos captado, en un momento
impreciso de nuestra vida, la diferencia de códigos entre los sectores
sociales dominantes y los dominados, próximos los primeros a la
verbalidad por la verbalidad y los de los segundos al silencio por la
expropiación del lenguaje, a veces hemos tenido la oportunidad de dar la
vuelta a esta situación. Así como hubo hijos de la burguesía más
burguesía que se hicieron hipermarxistas para robarle la ciencia al
socialismo, a los trabajadores, y pasársela a la patronal, unos cuantos
herederos de las clases subalternas ejercimos de comando no programado,
capaz de adentrarnos en la otra ciudad y captar su sentimentalidad sin
perder la nuestra, apoderándonos de códigos que nos fascinaban al tiempo
que descubríamos que estaban preparados para dominar a través del
lenguaje.
Pido disculpas por aprovechar la ocasión de hablar de Serrat
para implicarme, pero él y yo somos hijos de la misma gente, casi de la
misma mezcla y de barrios tan parecidos que el uno prolonga al otro más
allá del imaginario vacío amurallado de las Rondas de Barcelona.
El Serrat que canta el rocío de la mañana, cargado de
xarneguismo, de mestizaje, nos desdice al que juguetea con el charlestón para describir la sentimentalidad del cazador de
conillets de vellut
(conejitos de terciopelo) en su etapa de Pijoaparte cantante a la
conquista de la ciudad emergente y valga como metáfora. Pero cante al
xarnego
de Badalona, o a la muchacha que le sabe a hierba, o a la moral
incorrupta de Pablo Iglesias, o a la más metafísica de las canciones de
Machado, o a la más melancólicamente lúdica de Guy Beart, o a personajes
más o menos fronterizos de la
gauche divine, hay una
sentimentalidad de partida, una mirada de muchacho que desde el Poble
Sec, en las rampas de Montjuïc, alguna vez ensoñó la premonición, sólo
temporalmente aplazada, de Jaime Gil de Biedma de que alguna vez los
sumergidos sociales se apoderarán de la ciudad emergente, siempre desde
la elegancia social con la que Jaime presentía catástrofes que
afectarían sobre todo a su propia clase patricial y probablemente a él
mismo, como compañero de viaje.
El consenso popular establecido en torno a Serrat, así en España como
en Latinoamérica, donde he podido constatar que es un símbolo de
solidaridad, sólo puede entenderse desde esa complicidad de punto de
vista de partida, de retina, desde la internacionalidad de la mirada
crítica y emancipatoria. Serrat lo ha conseguido con la pluralidad de
registros de los mejores cantautores a los que nada de lo humano les es
extraño, ni siquiera el amor, la depresión personal e intransferible,
pero también la esperanza colectiva.
Ahora que ya tiene cincuenta años
es un gozo comprobar que todavía no tiene el alma muerta… enmendando a
aquel impertinente muchacho de hace treinta años que temía el paso del
tiempo como una guadaña castradora de las mejoras inocencias.
* Amigo y biógrafo de Serrat
Periodista, poeta, escritor, antólogo, humorista, crítico gastronómico.
Miembro del Comite Central del Partido Comunista de España y del PSUC.