LA TRADICIÓN CLÁSICA EN JOAN MANUEL SERRAT



Estudio del Catedrático de la Universidad de León Oscar Ramos Rivera sobre las canciones de Serrat.


Ya no parecerá necesario insistir en que somos griegos bastante romanizados y llenos de un sentido moral y religioso particularmente cristiano. A despecho de padres de la constitución europea, eso parece francamente innegable, al menos para quien se acerque sin demasiados prejuicios al espectáculo de la historia desde un balcón o ventana mínimamente acomodados.

Y en esa rica realidad cultural, existen elementos que perduran tanto y son tan resplandecientes que se engarzan como perlas, a veces no excesivamente valoradas ni apreciadas, en algo tan cotidiano como las canciones de un famoso cantautor catalán actual.

Joan Manuel Serrat nació el 27 de diciembre de 1943 en Poble Sec (Barcelona), a orillas de su amado Mediterráneo, en el seno de una familia obrera de la posguerra española.

Serrat fue uno de los pioneros de lo que se dio en llamar la ‘Nova Cançó’ catalana. Esa “militancia” pronto le daría a conocer, y le reportaría algún serio disgusto, resultado del cual se forjó su aureola de poeta símbolo de la libertad, tanto en España como en Hispanoamérica.

Para entonces, 1971, llega al mercado su disco por excelencia, “Mediterráneo”, que lo consagró como una gran figura de la canción.

Recalaremos brevemente en este disco, y en concreto en la canción que le da título: la letra dice así:

 Mediterráneo

Quizá porque mi niñez
sigue jugando en tu playa
y escondido tras las cañas
duerme mi primer amor
llevo tu luz y tu olor
por donde quiera que vaya.
Y amontonado en tu arena
guardo amor, juegos y penas
Yo, que en la piel tengo el sabor
amargo del llanto eterno
que han vertido en ti cien pueblos
de Algeciras a Estambul
para que pintes de azul sus largas noches de invierno,
a fuerza de desventuras tu alma es profunda y oscura
A tus atardeceres rojos
se acostumbraron mis ojos
como el recodo al camino.
Soy cantor, soy embustero,
Me gusta el juego y el vino,
tengo alma de marinero.
¿Qué le voy a hacer si yo
nací en el Mediterráneo?
Y te acercas y te vas después de besar mi aldea,
jugando con la marea te vas pensando en volver,
eres como una mujer perfumadita de brea
que se añora y que se quiere,
que se conoce y se teme.
¡Ay!
Si un día para mi mal
viene a buscarme la parca,
empujad al mar mi barca con un levante otoñal
y dejad que el temporal desguace sus alas blancas
y a mí enterradme sin duelo
entre la playa y el cielo.
En la ladera de un monte más alto que el horizonte
quiero tener buena vista,
mi cuerpo será camino,
le daré verde a los pinos
y amarillo a la genista.
Cerca del mar, porque yo
nací en el Mediterráneo
nací en el Mediterráneo.

Serrat es un doctus poeta. ¿Será excesivo llamarle así? En todo caso es un poeta. No es un simple cantor de melodías pegadizas. Para empezar, sus canciones son poemas, es decir, están sujetas a la normativa prosódica, métrica y de rima, cosa no demasiado frecuente en el mundo de la canción.

Por lo demás – y este es el punto neurálgico de lo aquí tratado- su conocimiento del mundo clásico se hace perceptible en detalles que escapan al ojo del profano, pero que resultan luminosos para quien está en su onda.

Su descripción del Mediterráneo, el mar de la cultura, el mar de juguete, el mar de las miniaturas delicadamente sublimes, en contraposición a la magnitud excesiva de lo oceánico, resulta tan familiar, tan emotivo, que se puede seguir el rastro de Ulises forcejeando con Poseidón, el deambular aventurero del navegante de Algeciras a Estambul, los cien pueblos que han disfrutado del azul de sus largas noches, el vino –regalo de Dionisos-, que al decir de la Escritura alegra el corazón (vinum laetificat cor) y que sirve para el encuentro humano, para la locuras báquicas y para las comissationes romanas.

El habitante mediterráneo es por naturaleza buscavidas y navegante, es marinero, y por tanto, jugador y chalán, embustero y comerciante (nadie se me vaya a enfadar: Hermes lo era, y fue protector de oradores, mercaderes y ladrones, como se recuerda, y todos conocemos la historia del pueblo fenicio).

¿Por qué afirma Serrat que el mar es “como una mujer perfumadita de brea”?. Quizá por la inconstancia en el amor de la que se acusó siempre e injustamente a la mujer, personaje de segunda en la cultura mediterránea. Pero, ¿y la brea?: naturalmente es la que se empleaba para calafatear los buques, cuyo tránsito era tan frecuente por el Mediterráneo, que llegaron a prestar su olor al propio mar.

Ahora el poeta mira al final de su vida. Y habla de la parca que se dispone a cortar el hilo de su vida. Pero muere para quedarse en la arena, frente a su mar, rotas las velas de su barco por el temporal.

Está presente la voz de otro marinero inmortal, de otro enamorado del mar:

Si mi voz muriera en tierra,
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.
Llevadla al nivel del mar
y nombradla capitana
de un blanco bajel de guerra.
Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento una vela!

 Rafael Alberti

Cerca del mar, cabe el Mediterráneo, también encontramos los versos de otro cantante, coetáneo de Serrat, también enamorado del mar interno:
En este mar en que juegan niños de ojos negros hay tres continentes y siglos de historia, profetas, dioses, el Mesías en persona.

Hay un bello verano que no teme al otoño en el Mediterráneo.

Hay olor de sangre que flota en sus orillas y países heridos como tantas llagas vivas de islas recortadas, muros que aprisionan. Hay un bello…

Hay olivos que mueren bajo las bombas allí donde apareció la primera paloma, pueblos olvidados que la guerra siega. Hay un bello verano…

En este mar yo jugaba cuando era niño, tenía los pies desnudos en el agua, respiraba el viento; mis compañeros de juego se han hecho esos hombres hermanos de aquellos que el mundo abandona en el Mediterráneo.

El cielo está de duelo encima de la Acrópolis y libertad ya no se dice en español, se puede siempre soñar desde Atenas y Barcelona. Queda un bello mar que no teme al otoño en el Mediterráneo.

Un año antes, en 1970, Serrat había lanzado un LP con otra canción en la que recalaremos brevemente: su título es “Fiesta”:

Gloria a Dios en las alturas,
recogieron las basuras
de mi calle ayer a oscuras
y hoy sembrada de bombillas
Y colgaron de un cordel
de esquina a esquina un cartel
y banderas de papel
verdes rojas y amarillas
Y al darles el sol la espalda
revolotean las faldas
bajo un manto de guirnaldas
para que el cielo no vea
en la noche de San Juan
cómo comparten su pan
su tortilla y su gabán
gentes de cien miel raleas.
Apurad,
que allí os espero si queréis venir
pues cae la noche y ya se van
nuestras miserias a dormir:
vamos subiendo la cuesta,
que arriba mi calle
se vistió de fiesta
Hoy el noble y el villano
el prohombre y el gusano
bailan y se dan la mano
sin importarles la facha
juntos los encuentra el sol
a la sombra de un farol
empapados en alcohol
abrazando a una muchacha
Y con la resaca a cuestas
vuelve el pobre a su pobreza
vuelve el rico a su riqueza
y el señor cura a sus misas.
Se despertó el bien y el mal
la pobre vuelve al portal
la rica vuelve al rosal
y el avaro a las divisas.
Se acabó:
el sol nos dice que llegó el final
por una noche se olvidó
que cada uno es cada cual.
Vamos bajando la cuesta,
que arriba en mi calle
se acabó la fiesta.

La fiesta es un componente irrenunciable de la cultura mediterránea, ligado desde siempre al mundo de lo religioso, de lo divino, mágico, supersticioso y popular a la vez, es decir, algo dionisíaco, en expresión griega y báquico en latina.

Pero es que aquí se habla de una fiesta muy especial: la que concurre en la noche de San Juan, que no es sino la celebración pagana y ancestral del solsticio de verano. La noche de San Juan, 23 de junio, es la más corta del año en el hemisferio norte y significa el triunfo de la luz sobre la oscuridad. El sol, el agua, y especialmente el fuego (las hogueras de San Juan) son los elementos rituales característicos.

Todo puede suceder en esta noche mágica, en la que se desvanecen las diferencias sociales:

hoy el noble y el villano
el prohombre y el gusano
bailan y se dan la mano
sin importarles la facha
el vino y la música corren a raudales
juntos los encuentra el sol
a la sombra de un farol
empapados en alcohol
abrazando a una muchacha
y se busca el trébol y otras hierbas, cargadas de virtudes mágicas:(al coger el trébole, el trébole, el trébole al coger el trébole la noche de San Juan, dice la canción popular).

Resulta igualmente conocida la relevancia que en la tradición literaria medieval y el romancero español cobró la noche –o la mañana- de San Juan: veamos algunos pequeños ejemplos:

La mañana de San Juan
al tiempo que alboreaba,
gran fiesta hacen los moros
por la vega de Granada.
Revolviendo sus caballos
y jugando de las lanzas,
ricos pendones en ellas
broslados por sus amadas,
ricas marlotas vestidas
tejidas de oro y grana.(…)
¡Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el infante Arnaldos
la mañana de San Juan !(…)
Yo me levantara, madre,
mañanica de San Juan,
vide estar una doncella
ribericas de la mar.
Sola lava y sola tuerce,
sola tiende en un rosal;
mientras los paños se enjugan
dice la niña un cantar:
De los mis amores, do los,
¿dónde los iré a buscar ?

El engarce tradicional de la pieza de Serrat resulta sorprendente.

En 1981 salió a la luz “Hoy puede ser un gran día”:

Hoy puede ser un gran día
Plantéatelo así
Aprovecharlo o que pase de largo
Depende en parte de ti
Date el día libre a la experiencia
Para comenzar
Y recíbelo como si fuera fiesta de guardar
No consientas que se esfume
Asómate y consume
La vida a granel
Hoy puede ser un gran día
Duro con él
Hoy puede ser un gran día
Donde todo está por descubrir
Si lo empleas como el último que te toca vivir
Saca de paseo a tus instintos
Y ventílalos al sol
Y no dosifiques los placeres,
Si puedes, derróchalos
Si la rutina te aplasta
Dile que ya basta
De mediocridad
Hoy puede ser un gran día
Date una oportunidad
Hoy puede ser un gran día
Imposible de recuperar
Un ejemplar único,
No lo dejes escapar
Que todo cuanto te rodea
lo han puesto para ti
no lo mires desde la ventana
y siéntate al festín
Pelea por lo que quieres
y no desesperes
si algo no anda bien
Hoy puede ser un gran día
y mañana también

¿Cómo escuchar y leer este poema, lleno de un sentido vitalista y desaforado, sin que, a despecho
de moderación epicúrea o estoica (¿se sabrá alguna vez?), nos vengan inmediatamente a la cabeza las áureas palabras de Horacio?:

Tu ne quaesieris (scire nefas) quem mihi, quem tibifinem di dederint, Leuconoe, nec Babylonios
temptaris numeros. Vt melius quicquid erit pati!
Seu pluris hiemes seu tribuit Iuppiter ultimam,
quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare 5
Tyrrhenum, sapias, uina liques et spatio breui
spem longam reseces. Dum loquimur, fugerit inuidaaetas: carpe diem, quam minimum credula postero (1)
 Q. Horatii Flacci Carmina, I, XI

 La urgencia del carpe diem halló eco notable y magnífico en la literatura española de todos los tiempos:

En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende el corazón y lo refrena;
y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:
coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.
Garcilaso de la Vega Soneto XXIII
Mientras por competir con tu cabello
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello,
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o viola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Luis de Góngora.

Hay que recoger la vida,
la vida que se nos va
cual se nos vino, escondida,
del más allí al más acá.
Y se va por donde vino
embozada en el misterio,
va abriéndose camino,
mira siempre al cementerio.
Hay que recoger la vida
que otra vez ya no vendrá,
como se nos va escondida
del más aquí al más allá.

 Miguel de Unamuno

 Y llegamos al final de nuestro viaje. Y lo hacemos de la mejor manera que podía ocurrírsenos:

llegándonos a los brazos de la mujer fiel, paciente y amorosa, que esperó contra toda esperanza: la noble y delicada Penélope, maravilloso premio para el navegante curtido, agotado y exhausto, que ha fatigado (como diría el inefable Borges) toda la vinosa llanura del ponto para venir a dar de nuevo en su reino de Ítaca y en el amor de su inolvidable esposa.

Joan Manuel Serrat compuso “Penélope” en el año 1969. En esta ocasión sería autor sólo de la letra, pues la música fue creación de Augusto Algueró. Dice así la canción:

Penélope,
con su bolso de piel marrón,
y sus zapatos de tacón,
y su vestido de domingo.
Penélope
se sienta en un banco en el andén
y espera que llegue el primer tren
meneando el abanico.
Dicen en el pueblo
que un caminante paró
su reloj
una tarde de primavera.
“Adiós, amor mío,
no me llores, volveré
antes que
de los sauces caigan las hojas.
Piensa en mí,
volveré a por ti…”
Pobre infeliz
se paró tu reloj infantil
una tarde plomiza de abril
cuando se fue tu amante.
Se marchitó
en tu huerto hasta la última flor.
No hay un sauce
en la Plaza Mayor para Penélope
Penélope,
tristes a fuerza de esperar
sus ojos parecen brillar
si un tren silba a lo lejos.
Penélope
uno tras otro los ve pasar,
mira sus caras, les oye hablar,
para ella son muñecos.
Dicen en el pueblo
que el caminante volvió.
La encontró
en su banco de pino verde.
La llamó: “Penélope,
mi amante fiel, mi paz,
deja ya
de tejer sueños en tu mente,
mírame,
soy tu amor, regresé”.
Le sonrió
con los ojos llenitos de ayer,
no era así su cara ni su piel.
“Tú no eres quien yo espero”
Y se quedó
con su bolso de piel marrón,
y sus zapatitos de tacón
sentada en la estación

Sí: es Penélope, espera como la auténtica, pende de una promesa de regreso, teje sueños en su mente, como la homérica tejía para destejer el bordado odioso para los odiosos pretendientes. Es
Penélope. Pero…, Serrat hace un guiño, y nos roba el happy end, víctima quizá de su propio pesimismo, o en un intento de robustecer dramáticamente el motivo. Esta vez nuestro autor ha desafiado al mismísimo Homero. ¡Valiente Serrat, hombre mediterráneo, al fin!

Un consejo: los poemas de Serrat son para ser escuchados. No se conformen con menos.

León, 13 de septiembre de 2004
Oscar Ramos Rivera

(1) Saber no quieras, que el saberlo está vedado, el fin que a mi y a ti
Leucónoe, tiene predestinado los dioses, ni interrogues
los números babilonios. ¡Cuánto mejor será que nos resignemos
a cualquiera suerte! Ya sean muchos los inviernos que te reserva Júpiter,
ya el postrero sea éste que ahora quebranta el oleaje tirreno
contra los riscos de la opuesta orilla: sé cuerda, filtra tus vinos y
ajusta a corta vida la esperanza larga. Mientras hablamos, huye el envidioso tiempo.
Coge el día de hoy; no seas demasiado crédula en el día de mañana.
Q. Horacio Flaco, Odas, I, XI Versión de Lorenzo Riber, Aguilar, Madrid 1967