Serrat. El aventurero sentimental (2000)


Entrevista en el Semanario «Blanco y Negro» / 1 de Octubre de 2000 / Texto de Alex Gubern

Más de treinta años después de su primera gira por Latinoamérica, Joan Manuel Serrat realiza su particular homenaje a la tierra que albergó algunos de sus mayores éxitos artísticos. 

«Cansiones» es un recorrido sentimental por la memoria musical de buena parte del continente americano.

"TODOS LOS CANTES SON DE IDA Y VUELTA"

Quien más quien menos todo el mundo arrastra un doble a sus espaldas: unos en forma de represora conciencia, otros en la forma del canalla que nunca dice no al último trago. Joan Manuel Serrat también arrastra al suyo, que resulta llamarse Tarrés. Aseguran quienes conocen bien a ambos, que «Serrat procura ser serio, responsable, buen ciudadano. Tarrés lo saca de sus mediocridades rigurosas y lo lleva por ahí para mostrarle cómo lo sórdido y lo sublime caminan de la mano». No son parientes pero sí palíndromos, o sea, que cuando uno vuelve, el otro va. «Yo dono rosas. Oro no doy. Si vivo, no vivís. Yos. Tarrés y Serrat soy», se le atribuye al tal Tarrés.

Treinta años después de su primera gira por Suramérica, treinta entregas después de la publicación de su primer disco, Joan Manuel Serrat reaparece el próximo 2 de Octubre con «Cansiones» (BMG-Ariola), un recorrido sentimental por la América de habla española a través de sus canciones, un paseo por un continente en el que quieren a Serrat y al que Serrat quiere. Firmado al alimón junto a su sosías Tarrés, ‘Cansiones’ lo componen trece versiones de temas populares -tangos, sones, vallenatos, boleros…- y un prólogo, una introducción en la que Serrat define su relación con Tarrés, un enamorado, como él, de América.

— ¿El disco es un homenaje a Iberoamérica?
— No, no está planteado como un homenaje, ni a nada ni a nadie. Es una historia personal, gestada a lo largo de muchos años. Es un disco que corresponde con la voluntad de echar hacia fuera una serie de canciones, “cansiones” como yo las llamo. Canciones que yo canto en la ducha, en la cocina, de juerga… Algunas manteniendo su estructura original y otras dándoles la vuelta, pero todo de una forma absolutamente natural.
— Un disco de Serrat que no es de Serrat.
— El elogio más agradable que me han hecho las personas que han escuchado el disco es que les parecen canciones mías. Y de algún modo es eso, son canciones que yo he hecho mías. Pese a mantener melodías y estructura, llevan toda la pátina del intérprete. Un intérprete que no deja de ser, por encima de todo, un autor, un creador.
— ¿Cuál es el impulso que le lleva a hacer ahora este disco?
— Porque un día u otro tenía que ser. No hay ninguna otra razón. De hecho, ha sido responsabilidad de Tarrés. Fue él quien me dijo: «Vamos a hacerlo ahora o no lo haremos nunca». Después de tantos años de estar juntos, de deberle tanto, era el momento oportuno.
— ¿Estaba un poco aburrido el tal Tarrés?
— No, no es eso. Simplemente me dijo: «El tiempo pasa, amigo, no vaya a ser que nos quedemos sin cumplir con este deber».
— ¿Cuál ha sido el proceso de grabación? Da la impresión de que no ha sido nada sencillo.
— Sí, es cierto. Si bien la preproducción se ha hecho en Barcelona, se han grabado cosas en Bogotá, en Montevideo y, sobre todo, tres temas en Buenos Aires. En Argentina grabamos «Soy lo prohibido», porque quise registrarla con Lucho González, un guitarrista espléndido, y también hicimos «Fangal» y «El último organito», con Mederos y tres jóvenes que trabajan con él. No quería que estas dos piezas, a las que quería dar un tratamiento de balada, perdieran el perfume de tango, y eso sólo se puede hacer con músicos como ellos, con personas que tengan un ritmo, una impronta y una manera de sentir la música determinada.
— Cuando usted lleva el popular colombiano «El amor, amor» por el camino de la rumba, su compadre Tarrés debe sentirse en plena calle de la Cera (calle fetiche de la rumba catalana).
— Sí, y es que el vallenato es muy rumbero. El acordeón se integra perfectamente. La guacharaca, esa especie de rasqueta que le da este sabor tan grande, casa a la perfección con cajón, como casan el vallenato y el tamboril. Los cantes son de ida y vuelta y si mantienes el espíritu, la canción se aguanta. «En la vida todo es ir», por ejemplo, que es un son puertorriqueño, entra perfectamente por colombianas.

«Comer, masticar, regurgitar»

— La música popular, en el fondo, tampoco se diferencia tanto de una de otra.
— Está claro. Si los cantes son de ida y vuelta, antes de volver han tenido que ir.
— «Cansiones que pasan por mí y yo luego las devuelvo», ha dicho usted.
— Sí, es lo que he hecho: como, mastico y regurgito.
— ¿Cómo cree que sus seguidores de este lado del Atlántico van a recibir estas canciones?
— Sin problema. La gente recibe las cosas con pocos prejuicios, estos siempre vienen impuestos por otros.
— ¿Cómo se ha sentido cantando en guaraní, en la canción «Che Pykasumi»? Suena extrañamente francesa.
— El guaraní es un idioma, como el francés, con muchas vocales. Tengo la suerte de que Tarrés sable hablar guaraní y pudimos grabarla.
— Da la impresión de que su compadre Tarrés se aburre mucho en esta europea y burguesa Barcelona.
— Para nada. Tarrés es muy barcelonés, un gran urbanita. Disfruta caminando por las calles de Barcelona, aunque le cabrea muchísimo que muchos de los paisajes que forman parte de su patrimonio personal, del disco duro de su memoria, estén desapareciendo, le duele mucho. Yo a veces se lo digo: que la modernidad pasa a menudo por la destrucción de muchos recuerdos, aunque él se revela contra esta historia. A pesar de todo, ama a Barcelona, y le gusta por ejemplo que hayan abierto la ciudad al mar, pero le jode, por contra, que hayan destruido Can Tunis.
— Ya hace más de treinta años de su primera gira por Iberoamérica. Regresar allí con un puñado de canciones que forman parte del patrimonio de esas tierras debe provocar una sensación especial.
— De ninguna manera. En Argentina, por ejemplo, ya me han oído cantar tangos o milongas. Es cierto que algunas piezas les harán ilusión, la misma que me la hace a mí. Son canciones que no les son ajenas, aunque tampoco son excesivamente conocidas, ni acá ni allá.
— ¿Será muy extensa la gira?
— Hasta junio, como mínimo. En Madrid, por falta de espacios adecuados, estaremos muy poco, tres o cuatro días en el Palacio de Congresos. En Barcelona, una semana en el Teatro Coliseum. Todo esto en el mes de diciembre.
— ¿Por qué escoge La Habana para las fotos de la carpeta del disco?
— Cuba es el puente, una estación intermedia entre América y España. No buscamos otra connotación más que la belleza de los paisajes y las personas.
— ¿Qué sensación tuvo al ver la penosa situación que atraviesa la isla?
— Hay visiones que producen tristeza, pero la solución sólo está en manos de los cubanos. Lo peor es que se intenta dar una solución mediática, la misma que buscan los que no tienen un objetivo realmente cubano.
— ¿Cómo espera la gira por Chile?
— Pues muy expectante. Por primera vez, Pinochet tendrá que responder a un proceso. Los avances son notorios: hace poco menos de dos años se escuchaban auténticas barbaridades. Afortunadamente, ahora los bárbaros están muy calladitos: ya no se escuchan expresiones como “intromisión”, “juez vedette”, “general criminal” o “justicia”. Ocurra lo que ocurra, Pinochet ya ha sido juzgado por el mundo. Ahora sólo espero que esto vaya un poco más allá y las responsabilidades se concreten.