Prólogo de “Sapore di sale” por Serrat

  
Una crónica sentimental italiana

PRÓLOGO de Joan Manuel Serrat

Dios hizo al hombre del polvo y sopló vida en él, dejándole al cuidado de los hermosos jardines del paraíso.

Al verlo vagar triste entre tanta belleza, Dios entendió que «no es bueno que el hombre esté solo», y creó a la mujer y con ella la tentación y el amor, y satisfecho con la parejita dio el asunto por concluido sin caer en la cuenta de cuán triste es vivir sin amigos aunque lo tengas todo pagado.

En pos de amigos anda la humanidad desde que nuestros primeros padres tuvieron la ocurrencia de comerse los frutos del árbol del bien y del mal. Vagamos por el mundo al encuentro de un semejante con quien compartir el pan y el vino cotidiano de nuestra condena capital, buscando esa sombra donde aliviar nuestras cargas y abrevar el alma y así, en nuestras pequeñas aventuras cotidianas, nos acercamos los unos a los otros y nos olisqueamos, persiguiendo el rastro de la amistad, el sentimiento más humano de todos, y que, a diferencia del amor que enciende pasiones, no se genera espontáneamente, sino que resulta de superar una serie de pruebas a las que la vida te somete.

La amistad nace de un instinto que nos empuja a acercarnos a otro semejante y, sin embargo, nada tan racional como ella, que a diferencia del amor apasionado, insensato, egoísta y caótico, es un sentimiento destilado, generoso y ordenado.

La amistad es una llave, una barca, un puente.

La pasión es una montaña, un remolino, un muro.

Al asomarse a las páginas de este libro a la hora mágica en que la brisa del Tirreno refresca la tarde, irremediablemente el lector se cruzará con la amistad paseando por la Via de l’Amore, un romántico sendero entre pitas y lentisco, que bordeando el mar y la vía del tren lleva de Riomaggiore a Manarola.

La descubrirá colgada de las atalayas del Tramonti como un mascarón de proa, recitándole al sol poniente versos de amor que evocan las horas viudas, que tratando de volver a casa se despeñan sin remedio entre las viñas, terrazas abajo y se ahogan en el mar.

Al caer la noche, le gusta a la amistad perseguir el rastro de Serviatti entre las lápidas del cementerio de Biassa, para abrir el apetito antes de sentarse a la mesa alrededor de unas anchoas y una farinate de garbanzos y, a medida que mengua la botella, perderse en divagaciones que concluyen en lo afortunadas que son las gallinas por no tener que ir a la escuela.

La amistad no se acuesta sin cantarle a la luna, con acento lígure desde lo alto de la terraza de Elvio, viejas coplas al vino.

Canciones que hablan de amigos y mujeres que nos dejan.

Vino y canciones compartidas que ahuyentan los fantasmas y le quitan lo amargo al licor de los solitarios.

La amistad es un regalo de vida. Tal vez lo mejor.

Sin un amigo la vida es un serial, un pozo seco, una inútil travesía.

Joan Manuel Serrat