Joan Manuel Serrat, profeta.2011
Maxi Olariaga 9/7/2011
Hace unos días conversábamos al aire libre un grupo de amigos, alrededor del vino y de unos calamariños de Boa, sobre la crisis, la eterna, omnímoda y terca crisis económica que nos agobia y nos intimida a todas horas. El debate se centraba sobre todo en el hecho de que ningún experto economista o político conocidos la hubieran anticipado o previsto y por tanto anunciado urbi et orbi, apuntalando así los primeros auxilios a fin de detener la enfermedad con vacunas solventes que impidiesen esa pandemia de la que nadie parece haberse salvado desde Barbanza hasta la Patagonia.
De pronto sentí que en la minúscula maquinaria que en algún recoveco de mis sesos guarda la memoria, saltaba un relé de alarma y se abría un archivo que guardaba una canción. La escuché tan claramente, con tanta pureza que incluso mis camaradas se alarmaron. Casi a coro preguntaron: «¿Qué pasóu? Nin que viras ó demo». Nada de eso.
Me había encontrado cara a cara con el profeta
que anunció la crisis y al que, como suele suceder con todos los profetas auténticos, nadie hizo caso. Me explicaré.
En 1992, a finales del siglo XX, hace ahora diecinueve años, el ilustre Serrat publicó su última obra entonces que se editó en un cedé de nombre Utopía. Contiene diez canciones maravillosas, como casi siempre pueden hallarse en la obra del Nano hasta el día de hoy desde aquel Ara que tinc vint anys con el que se bautizó hace una eternidad.
En la obra Utopía hay una canción, les dije a mis compañeros de mesa una vez que bajé de la nube, cuyo título es: Disculpe el señor. Se la recité casi entera sin que la memoria me traicionara. Bien es cierto que eché de menos la guitarra que duerme en un ángulo oscuro del salón de mi casa tal que el arpa del amado Gustavo Adolfo Bécquer.
La canción trata de un mayordomo que anuncia a su señor las visitas que van llegando a la mansión. Les adelanto los primeros versos: «Disculpe el señor si le interrumpo pero en el recibidor hay un par de pobres que preguntan insistentemente por usted. No piden limosna, no. Ni venden alfombras de lana. Tampoco elefantes de ébano. Son pobres que no tienen nada de nada. ¿Quiere que les diga que el señor salió?» (?) Ya ven que la crisis llamaba a la puerta y que, al parecer, a pesar de ser anunciada, nosotros los soberbios nuevos ricos ni caso.
Continúa la canción insistiendo el eficiente y protocolario mayordomo: «Disculpe el señor, se nos llenó de pobres el recibidor y no paran de llegar desde la retaguardia, por tierra y por mar. Y como el señor salió y tratándose de una urgencia me han pedido que les indique yo por donde se va a la despensa (?) ¿Me da las llaves o los echo? Usted verá que mientras estamos hablando llegan más y más pobres y siguen llegando».
El discreto mayordomo vuelve a advertir a su señor: «Disculpe el señor pero este asunto va de mal en peor. Vienen a millones (?) traté de contenerles pero ya ve, han dado con su paradero.
Estos son los pobres de los que le hablé. Le dejo con los caballeros y entiéndase usted. (?) Que estos no se han enterado de que Carlos Marx está muerto y enterrado».
Bien, ahí tienen en parte, la profecía que Serrat clamó en el desierto hace casi veinte años. Ahora, en las plazas de todas las ciudades del mundo se están reuniendo millones de puños llamando a las puertas del poder. El día menos pensado se vendrán abajo los muros y los señores huirán semidesnudos dejando atrás, por fin, las llaves de la despensa. Y usted y yo que lo veamos.