Serrat y Lola Flores aquel día













Ella había pertenecido al tiempo de la postguerra y era un icono de la España racial y con falda de faralaes que quería venderse como la oficial en aquel tiempo. Él representaba la rebeldía de los sesenta, el país nuevo que estaba surgiendo y que pretendía otra estética y otra sentimentalidad. Eran dos estilos confrontados porque significaban mundos distintos y en aquellos momentos hasta cierto punto antagónicos. 

Lola había sobrevivido en el franquismo aceptando ser una de sus musas (ya sabéis aquello que escribió Pemán,“abanico de colores, no hay en el mundo una flor que el viento mueva mejor que se mueve Lola Flores”), pero también se sabía que era una mujer temperamental, de un erotismo  profundo, que no se ajustaba del todo a la imagen que se pretendía para las mujeres en aquel tiempo.

Serrat era un referente para la juventud que se oponía al franquismo, cantaba en catalán aunque no le importaba hacerlo en castellano, estaba politizado pero a diferencia de otros no era esto lo más importante de sus canciones, que hablaban sobre todo de sentimientos y de historias interiores. En los setenta quizá los seguidores de ambos estaban muy distanciados pero unos y otros no tenían más remedio que escuchar mutuamente sus canciones que estaban simultáneamente en el aire, porque eran las “canciones de la radio”. 

“Mediterráneo” probablemente no solo era tarareada por jóvenes barbudos y quizá las madres de muchos de ellos les habían cantado en su infancia alguna canción de Lola (…”qué tiene la zarzamora…“) que, por tanto, también les pertenecían porque los había impregnado en la infancia.
 
Ahora que corren tiempos crispados, donde ha cambiado el aire social,  conviene sentir, casi tocar, el auténtico espíritu que se creó en los años de la transición viendo este vídeo. Serrat canta ”Pena, penita, pena“ y le dice a Lola lo que la copla había significado para él y por tanto para mucha gente de su generación, aunque hubieran tenido que disimularlo en los tiempos duros. La respuesta de Lola está en la emoción que se pinta en su cara, como si expresara una simpatía que hasta entonces no hubiera podido mostrar del todo. Entonces no había muchas cadenas de televisión y esta ceremonia la debió ver mucha gente y probablemente disolvió algunas incomprensiones, porque contiene algo mágico que permite una conexión sentimental entre generaciones. Algo que no sucede explícitamente muy a menudo y que es un placer contemplar directamente, casi con mimo: como se mira un buen sueño del pasado.

  Ramón González Correales