Serrat, Cantares y huellas – Prólogo de Ismael Serrano


Joan Manuel Serrat le otorgó a lo cotidiano el misterio de lo desconocido, vistió mis batallas domésticas de épica dorada y me ayudó a recuperar lo perdido: la memoria, los amores y el tiempo.

Él me acompañó en la derrota y en los amaneceres; en los días luminosos como cielos de verano, en las noches oscuras y largas, como los abrazos de algunas despedidas.

Serrat es el autor más influyente en toda la música que se escribe en castellano o en catalán. Para entender los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa bastará con escuchar una de las piezas que él firmo. Lo dijo con voz clara y precisa, contó lo que pasa en la calle y nosotros fuimos parte de esa realidad.

Por eso es referencia ineludible. Porque su música supone un espacio de encuentro entre gente que se sabe acompañada en la búsqueda de certezas que mantengan a salvo la cordura. Por eso se escriben libros como éste.

Porque, para entender al mundo, para entender a la España de los últimos tiempos, para rescatarnos del naufragio, hay que escuchar, leer, repasar, analizar los versos del cantautor del Poble Sec.

La canción de autor demuestra su vigencia en las canciones del Nano. La tradición de los juglares, cronistas pendencieros, se continua en gente como Serrat. Algunos bebieron de las fuentes dylanianas, otros de la tradición francesa de la “chanson” —Brel tiembla en su garganta—, pero nosotros crecimos con su música y a él le debemos el poder recitar de memoria los versos de Hernández, de Machado o de Benedetti.

Todo músico en Latinoamérica le ha robado versos, imágenes o maneras. Y en la guitarreada en torno a la lumbre cuando cantamos su voz vibra en la nuestra.

La poesía, arma cargada de futuro, queda resguardada en sus melodías y en sus armonías. Él retrató de forma contundente cuál ha de ser el equilibrio entre lo que se dice y cómo se dice, la simetría que define al trovador. 

Acompañado de los mejores arreglistas (desde Miralles a Amargós, pasando por Burrull o Juan Carlos Calderón), de los mejores músicos, viajó por todo el mundo y sus amigos, unos atorrantes, lo esperan y lo reciben con aplausos, sobremesa y recuerdos. Cada encuentro es una celebración.

No tengo la suerte de conocerlo tanto como quisiera; tenemos algún buen amigo común y conmigo siempre se mostró generoso y atento. Sigo su estela como quien sigue el hilo de Ariadna para escapar del laberinto. Y lo observo desde lejos, admirando su trayectoria, la honestidad con la que ha ido haciendo el camino, la senda machadiana, aquella que jamás se ha de volver a pisar.

Cuando edité mi primer disco le hice llegar una carta. Le hablaba de usted y le confesaba mi admiración. Como en estas líneas, nada que no se haya dicho ya. Cuando nos encontramos en algún viaje o en algún escenario me sonríe paternalmente y me dedica cariños y atención. Y yo callo como un idiota. 

Debes conocer esa sensación en la que cada palabra suena como una palabra de más. Así que callo y escucho. Al fin y al cabo no soy más que un oyente, como aquel alumno de Juan de Mairena. Conviene que alguien escuche, decía el profesor. Y eso hago.

Ahora, Luis García Gil escribe este libro recorriendo sus versos, y, así, recorre nuestras vidas, el silencio que llenaron sus canciones. Canciones imprescindibles en la Historia, en nuestras historias, compendio de sueños y fracasos, aquellas pequeñas cosas que el trovador dignificó otorgándoles el vuelo poético que no fuimos capaces de ver, pero que habita lo pequeño, lo cotidiano.

Las canciones de Serrat, su poesía, trazan la calzada que ha recorrido el hombre de nuestro tiempo y su voz es el quitamiedos que nos mantuvo dentro de la sinuosa carretera y a salvo del precipicio.

Y por todas las cosas que dije y que ya se dijeron, por esas y por otras que repasa Luis García Gil con más lucidez, se estudiarán sus canciones en las clases de literatura de las universidades y de las escuelas (con el libro Cantares y Huellas, incluido en la bibliografía pertinente) sus canciones serán referente ineludible de toda la música que se ha de escribir en castellano y la gente, camino del trabajo, tarareará una de sus melodías pues serán retazos imborrables de sus vidas, pues la vida fue cantada por Serrat, tal cual la vivimos, pero más épica, más tierna, más humana.

Ismael Serrano