Serrat y su tiempo
María C. Recio
Son aquellas pequeñas cosas, que nos dejó un tiempo de rosas.
Joan Manuel Serrat
Él parece que dispone de todo el tiempo del mundo. Su actitud toda: desenfado, manos sobre la barriga, mirada alegre, en calma. Lo que no pasa con su interlocutor. A éste, el tiempo, precisamente el tiempo, lo persigue y lo hace aparecer con una prisa increíble: hojea sus apuntes, lee con prisa los twitters de gente interesada en que se hagan preguntas específicas, espera intranquilo las respuestas para provocar más y más. Lo escucha con avidez, y quisiera tener, definitivamente más tiempo para continuar la charla.
El entrevistado: Joan Manuel Serrat; el entrevistador: Joaquín López-Dóriga.
Joan, al que no le gusta que le digan Juan. Joan Manuel Serrat apareció la noche del lunes, del martes, de la semana pasada, no importa realmente el día, en el noticiario de Joaquín López-Dóriga. No importa el día, lo que sí importa fue lo que dijo López-Doriga al final de la entrevista: “Gracias por darnos este momento de serenidad”.
Lo había hecho, sí. Las noticias habían arrancado esa noche con los funestos acontecimientos ocurridos en Egipto, donde turbas se golpeaban entre sí, volviendo a la violencia la dueña y señora de la pantalla chica y del mundo expectante. Y luego de la plática con Serrat, la devastadora tormenta de nieve que acosó treinta estados de la Unión Americana y nos heredó sus vientos.
¿Qué fue lo que dijo Serrat para volver ese momento uno de plena serenidad? No sólo su actitud, que rebosaba optimismo, alegría por la vida, esperanza, futuro en la mirada. Fueron sus palabras, una a una cayendo en forma de copos de nieve, lenta y suavemente. López Dóriga lo recordó discrepando de Franco; le preguntó sobre su admiración hacia el poeta Antonio Machado: “El pensar en un hombre que como él hubiera sido obligado a marcharse de su país y morir en tierra extraña”.
Le interrogó sobre el cáncer sufrido. “¿Qué hizo cuando se enteró que lo padecía? ¿Eso le hizo cambiar su perspectiva de las cosas? Cuando uno se enfrenta a noticias como éstas, lo que piensa uno enseguida es que tendría que haber aprovechado mejor el tiempo, haber hecho otras cosas…” En ese sentido fue la pregunta de López-Dóriga. Serrat se movió un poco de su asiento. Parecía no entender. Pero luego sí. Dijo: “Al principio, pensé: ‘¿Por qué a mí?’, pero luego, al salir a la calle, y ver a la gente, reconsideré. Quién sabe qué cosas traerá cada quien en su interior”.
Sin embargo, la cuestión del tiempo no, no le preocupó. “Yo siempre lo había valorado. Para mí, el tiempo siempre ha sido importante. Eso no cambió en nada. La enfermedad no me hizo pensar en mejorar mi relación con él”. Y luego, concluyó: “De lo malo, siempre se deriva algo bueno”.
La premura del tiempo. Una frase que tenemos a la medida para los momentos que corren. Resultó fascinante observar a ambos interlocutores, cada uno valorando la medida y el valor del tiempo. López-Dóriga, sometido a los límites dado a la estación; Serrat, como disponiéndolo todo. Ofreciéndolo todo. Hasta sorprendido parecía de cómo se le venían como en cascada las preguntas: una detrás de la otra, y él apenas y pudiéndolas contestar. La referencia obligada: “Machado. Uno tiene que tener referencias en la vida”. “Su canción preferida”. “No que fuese mía, por supuesto”.
El entrevistador insiste. Serrat da el nombre de una que apenas y podemos oír. Tampoco parece escuchar López-Dóriga, que es en lo único en que se detiene un poco. “¿Quién es?” Serrat contesta de nuevo y la respuesta vuelve a ser inaudible para el público. (¿Algo francés?) El entrevistador: “Ah, perdón por la ignorancia”.
Una dupla sumamente interesante. El tiempo de uno y el tiempo del otro. Pero, sí, como dijo López Dóriga: un momento de serenidad en medio de la balumba de noticias cargadas de violencia, dolor o desazón.
Hay veces que necesitamos un respiro así. Con hombres que, como Serrat, nos recuerden lo valioso de la existencia, las referencias en la cabecera y el amor único e irreversible hacia la vida de uno y de los demás. Que nos recuerden el valor del tiempo.
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