Serrat, un rayo que no cesa



Guapo!», «¡Valiente!», «¡Te queremos!», le gritaba el público a Joan Manuel Serrat. Y otras muchas cosas bonitas más, expresiones espontáneas que salían del corazón de unos espectadores-amigos gozosos de encontrarse con su ídolo-amigo, tras el 'ay al ay' vivido en las últimas semanas por el susto de esa operación pulmonar que reavivó los temores de otra grave dolencia de años atrás felizmente superada.


Serrat se encontró con el reto de saber si era el mismo de siempre, en el escenario más adverso que puede encontrarse un artista amante de sutilezas instrumentales e intimidades vocales: un polideportivo cubierto. Se habían hecho distintos arreglos con grandes cortinajes en la parte trasera y en el bello entramado de vigas de madera del techo, y 'encerrado' la batería dentro de una especie de biombo transparente, pero la incertidumbre se mantenía.

De pronto se escuchó su voz: «Me llamo barro aunque Miguel me llame». «Llegó con tres heridas: / la del amor, / la de la muerte / la de la vida». Y de pronto apareció, entre una ovación generalmente destinada a la despedida. Pero había que ponerse de pie y saludar con generosidad a un artista de los pies a la cabeza, a un artista comprometido y generoso; a un hombre comprometido con el artista-músico y con el artista-compromiso, y por supuesto, comprometido con Miguel Hernández, hasta hacerse uno solo sobre el escenario. Empezó comedido, como tanteando sus fuerzas, pero a partir de la tercera o cuarta canción Serrat volvió a reconocerse sobre el escenario.Y el público lo agradecía y se lo premiaba generosamente. «¡No te mueras nunca!», le gritaban. Y el público apoyó el deseo-ruego. 'La palmera levantina', con su ritmo de bossa nova, añadía relajamiento tras un arranque cargado de dramatismo.


Allí estaba, de un lado para otro del escenario, ya suelto, y enlazando temas del nuevo disco, 'Hijos de la luz y de la sombra' (excelente, si no extraordinario) con el que en 1972, aún en pleno franquismo, sacó de la oscuridad al poeta cabrero y llevó a los primeros puestos de las listas de éxito auténticos cantos revolucionarios. 'Para la libertad', la canción más celebrada de la noche, así lo demostró. Por las pantallas colocadas sobre el fondo del escenario fueron pasando portadas de periódicos de aquellos años. ¡Cómo hemos cambiado! ¿O no?


Las canciones nuevas y viejas se sucedieron en un concierto monográficamente hernandiano como si todas formaran parte de un mismo proyecto musical. La actualización de los arreglos de los temas de hace 38 años, y la magnífica adaptación para los conciertos realizada por el inseparable maestro Ricard Mirallesdan una actualidad nítida y explosiva a todos estos poemas.


Serrat, el rayo que no cesa, ya dueño total del escenario, fue desgranando hitos de la educación sentimental y musical de generaciones de españoles: 'Nanas de la cebolla', 'Menos tu vientre' (un momento íntimo, sólo con la guitarra), 'Elegía a Ramón Sijé', 'El niño yuntero'... Poesías, música y voz remarcadas por unas proyecciones que ilustran y matizan las canciones de forma sutil pero efectiva, sin restarles protagonismo.


El público disfrutaba. Aplaudía a rabiar, mientras Serrat seguía recitando, cantando, feliz y a gusto por el reencuentro con su público, que, como no podía ser de otra manera, no puso ningún reparo a esta liturgia hernandiana, sin añadidos (excepto un poema de José Agustín Goytisolo dedicado al poeta oriolano). Al contrario. No se echan en falta otras canciones del Serrat-autor. La entrega del Noi del Poble Sec y su magnífico sexteto musical, y la comunión entre artistas y público eran totales. Podía haber interpretado la obra completa hernandiana, que el público habría permanecido tan entregado y extasiado. Miguel Hernández inundó el flamante y coqueto Palacio de Deportes ilicitano y el corazón de los cerca de 3.000 asistentes a esta ceremonia oficiada por un Serrat pletórico.

El sonido era bueno y aunque pudiera parecer algo bajo de volumen (tal vez para evitar reverberaciones), esa ausencia de estridencia añadía intimidad y dramatismo al concierto.


La gente disfrutaba, los músicos también. Serrat no se dirigió al público hasta el final. Lo hizo en catalán y advirtió que no habría bises (algo que incumplió, al repetir 'Dale que dale') y confesó sentirse como en casa.El alcalde, Alejandro Soler, así se lo había expresado días atrás, al darle la bienvenida a una ciudad que siempre lo ha tenido como un hijo adoptivo (la UMH ha reconocido ese vínculo al nombrarle, muy acertadamente, doctor honoris causa). Cariño y apoyo que el cantautor agradeció a los ilicitanos, así como la apuesta de la ciudad por este proyecto, que sin duda hará por el Centenario hernandiano más que ninguna otra de las celebraciones programadas.


Más de cien minutos de concierto no están nada mal para alguien que hace apenas mes y medio estaba sobre la mesa de quirófano (Serrat tuvo también un agradecimiento para los cirujanos que le operaron). Esa fue otra de las alegrías de la noche: verlo de nuevo sobre un escenario («Perdón por el retraso», dijo) y en plenitud de facultades. Tiene por delante 50 conciertos en España y después la gira por el extranjero. Pero esta primera actuación demostró que puede afrontarlos con garantías.


Así que todos contentos. Por muchas cosas. Porque Serrat fue de nuevo Serrat; por el estreno del Palacio de Deportes compartido por el Ayuntamiento y la UMH (esperemos ver otros grandes conciertos en el recinto); porque la entrada y salida de los asistentes se realizara sin problemas, pese a que el entorno está aún sin urbanizar; por el magnífico espectáculo en el que intérprete y poeta fueron uno, y contentos por haber vivido un acontecimiento histórico.


PD: ACUERDO CERCANO. Últimamente se ha visto al alcalde y a la nuera del Poeta, Lucía Izquierdo, haciendo muy buenas migas en la charla de Alfonso Guerra y en el concierto. Aunque no dicen esta boca es mía, es una señal inequívoca de que está muy cerca el acuerdo para que el legado hernandiano siga en Elche. Atentos. 


GASPAR MACIÀ