Discurso de Joan Manuel Serrat de aceptación del título de doctor honoris causa por la Universidad Pompeu Fabra






Barcelona, 14 de junio de 2011

Rector Magnífico de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona,
Dignísimas autoridades académicas y civiles,
Profesores y alumnos,Amigas y amigos,

Como es habitual en estos casos, comenzaré agradeciendo la distinción con la que me honoran, y que acepto muy satisfecho. Especialmente satisfecho por ser la Universidad Pompeu Fabra, una institución de mi país, de mi ciudad, la que me galardona.

De las cosas maravillosas que me ha regalado mi oficio, una de ellas ha sido la de viajar, ir por el mundo sin que me forzaran a hacerlo circunstancias de penurias económicas o políticas.

Así he conocido otras gentes y otros países, y del mismo modo que hay personas a las que esto les reafirma y concreta el sentimiento de patria en la
lejanía, a mí me la ha ensanchado en el descubrimiento.

Conozco a gente para quien la patria se concreta en la cartera. Otros para quien la patria es la lengua. Para algunos es la infancia, y para mi madre la patria estaba allí donde comían sus hijos. Yo he reconocido la patria por los caminos. En cualquier caso lo que es seguro es que pasa por Barcelona y, como les decía, todo ello hace que me sienta doblemente honrado por el galardón que me ofrecen.

Otros, como yo, aprendimos el oficio de escribir y de cantar. De otros que también lo aprendieron de otros, y quiero creer que con mi trabajo contribuyo a estimular a aquéllos que siguen este camino.

Estoy seguro de que quienes han considerado oportuno concederme este título de doctor lo han hecho con la intención de reconocer la obra de un individuo, pero sepan que también están reconociendo a un colectivo de mujeres y hombres que han hecho del oficio de cantar y de hacer canciones su vida.

Gente que camina dignificando poética y musicalmente la canción, y para la cual el valor y la fuerza de la palabra son fundamentales. Con todos ellos quiero compartir este reconocimiento.

Hace más de cuarenta años que hago canciones poniendo música a versos propios y ajenos. Éste es mi oficio y a la vez mi manera de ganarme la vida.

Si no hiciera canciones nunca se me habría ocurrido subir a un escenario a cantar profesionalmente, del mismo modo que si no me gustara cantar el acto de escribir canciones no habría sido mi forma natural de expresarme y de comunicarme con los demás. Una cosa me ha llevado a la otra.

Me reconozco en el doble y singular oficio de escribir canciones y cantarlas. Me gusta lo que hago, y siempre he agradecido a la vida el privilegio que representa hacer lo que a uno le gusta y vivir de ello… y que te paguen bien… y que siempre te den mesa en los restaurantes.

En cualquier caso, no quisiera confundir a nadie y dar la imagen de una persona que se pasa la vida chuleando con las musas. Yo no soy un compositor al que no paran de manarle de los bolsillos canciones nacidas por generación espontánea.

Sin que sirva de precedente, les contaré una anécdota. En la escuela de Agricultura, donde estudié cinco años, el profesor de Mecánica, el doctor Queixal, nos decía que había dos maneras de estudiar. Una, por ósmosis. Es decir, que bastaba con ponerse el libro bajo el brazo, apretar muy fuerte y los conocimientos, por ósmosis, se transmitían del libro al individuo.

También, añadía, hay otra manera de aprender. Es más laboriosa, pero también más eficaz. Consiste en abrir el libro, clavar los codos en la mesa y ponerse a estudiar.

Así he escrito mis canciones. Mirando lo que pasaba a mi alrededor y dentro de mí. Escuchando las voces de la calle y sus ecos. Dejando por escrito mis pensamientos. Y siempre trabajando.

Trabajando las palabras como el alfarero hace con el barro y el herrero con el hierro, y si las musas llegan y me dan una mano, se lo agradezco.

Dice el refrán que “quien canta, su mal espanta”. Y es verdad. Cantando conjuras los demonios y conviertes los sueños en modestas realidades.

Con la distinción que hoy me otorgan no sé si están elevando al artesano que me siento a la categoría de artista o tal vez, sencillamente, reconociendo los méritos del artesano. Me da igual. Las dos cosas me están bien.

Canto lo que escribo y a veces lo que escriben otros. He puesto música a versos de grandes poetas castellanos como Antonio Machado, Mario Benedetti o Miguel Hernández y también catalanes, como Salvat Papasseit, Carner, Foix o Palau i Fabre.

La canción es una buena manera de difundir sus voces, pero confieso que no ha sido éste el motivo que me llevó a convertir sus versos en canciones, sino más bien el hecho de descubrir en versos de otros lo que yo quería decir y la manera como quería decirlo. Ponerles música fue el resultado de toparme con versos que cantan.

Soy fruto del tiempo y del mundo que me ha tocado vivir, y siempre me he sentido ligado a los acontecimientos sociales y políticos, convencido de que el hombre es el protagonista de su destino.

Todo cuanto sucede a mi alrededor me afecta, del mismo modo que pienso que todo lo que hacemos influye de una manera u otra en el resto del mundo, aunque sea mínimamente.

En la inmensidad del mundo no somos sino una pequeña célula de su organismo, pero todas las células son importantes, y debemos ser conscientes de nuestra pequeña importancia, especialmente ahora que vivimos tiempos de confusión y de angustia. Tiempos de soledad y de falta de referentes en los que la gente ha perdido la confianza en el sistema, en sus representantes y en las instituciones. En los que los jóvenes se sienten estafados y los mayores traicionados.

Más que nunca nos necesitamos, todos somos importantes y todos debemos sentirnos importantes.

En los últimos años ha sido extraordinario el crecimiento tecnológico y científico que hemos vivido, pero también ha sido muy grande la pérdida de valores morales de nuestra sociedad.

Terribles los ataques a la naturaleza, muchas veces irreparables. Vergonzosa la corrupción que desde el poder se filtra a toda la sociedad, que acepta e incluso vota a políticos encausados por conductas inmorales que acaban siendo referentes e ídolos populares.

Quizá no estamos viviendo sólo una crisis financiera, sino una crisis del modelo de vida.

Y sin embargo, es sorprendente el conformismo y la despreocupación con que todo esto es visto por buena parte de la sociedad española, como si fuera una pesadilla de la que tarde o temprano saldremos y que las cosas volverán a ser como antes.

Espectadores y víctimas al mismo tiempo parecen esperar que los mismos que nos han llevado hasta aquí lo resuelvan.

No creo que este sistema desigual e inestable en el que vivimos, en el que un pequeño número de instituciones financieras y multinacionales controlan el mercado y las condiciones de vida de millones de personas, esté por la labor de regalarnos paz y tranquilidad.

Y lo mismo pienso de los gobiernos, que si en algún momento estaban decididos a poner fin a esta era de irresponsabilidad, han acabado dando miles de millones de dólares a los irresponsables e
imponiendo medidas restrictivas que afectan a los más débiles.

La codicia de unos y la incompetencia de otros. La ignorancia de éstos, y la poca vergüenza de muchos, nos han situado en un mercado donde todo tiene un precio, donde todo se compra y todo se vende.

Hay que recuperar los valores democráticos y morales que han sido sustituidos por los del mercado. Nosotros, la gente de a pie, tenemos que recuperarlos, porque quienes nos han metido en este lío no lo harán por nosotros.

Quizás no sabemos cuál es el camino más corto, pero lo que sí sabemos es cuáles son los caminos que no debemos elegir nunca más. Si no lo hacemos nosotros lo hará la naturaleza, como el río que busca su camino cuando le cierran el paso.

Lo que está pasando en las calles y las plazas de toda España, que se han llenado de mujeres y hombres, de jóvenes y viejos exigiendo un cambio social, una democracia real, un derecho de participar en las decisiones, ha sido un grito de atención. Es responsabilidad de todos abrir los ojos y despertar a una sociedad dormida. Es un derecho y una obligación restaurar la memoria y reclamar un futuro.

Me ha parecido importante decirlo hoy y aquí. En una casa de cultura, donde se fomentan los valores del humanismo, hoy tan maltratado, y ante una juventud que más que nunca necesita reconocerse y ser reconocida. Una juventud que necesita confiar en el futuro de esperanza que ellos representan y que aún son.

Sólo me queda agradecer a los amigos que hoy nos acompañan su presencia.

A los que no están, mi recuerdo, en especial a mi compañero, amigo y hermano Quico Sabaté, que me habría ayudado a hacer un discurso más
divertido.

A todos los que desde América lo celebran conmigo, desde Argentina hasta México, pasando por Uruguay, Chile, Perú, Ecuador, Bolivia, Colombia, Venezuela, Panamá, Nicaragua, Costa Rica, El Salvador, Honduras y Guatemala.

Gracias a todos
Ahora les cantaré una canción. Muchas gracias