Serrat. Abecedario de la libertad



Juan Cruz. El Pais 2015

Era tan estúpida la dictadura que sabía serlo del todo. Tenía miedo del exterior y del interior, porque se avergonzaba de sí misma. La dictadura era la perfecta metáfora de qué dirán; hizo la guerra por el qué dirán, y por el qué dirán (por el qué dirán los nuestros) siguió reprimiendo. 

Reprimió hasta el final y más allá. Uno de los reprimidos vergonzantes de la dictadura fue quien le puso alegría y música a lo mejor de nuestras vidas, Joan Manuel Serrat, que nos ayudó a despertar, a caminar, a sentir y decir el amor, a referirnos a la madre y al atardecer; el que le puso poesía a lo que no sabíamos decir. 

Lo entretuvo en un exilio absurdo en México, por lo que dijera en sus canciones o en la prensa, y lo entretuvo aquí, en España, con prohibiciones que aliviaba haciéndolo viajar (como a Núria Espert, la actriz de Lorca, por ejemplo, o como a Adolfo Marsillach, el actor de Tartufo)a la isla de Tenerife donde los conocí a Serrat y a los citados, aliviándose de la prohibición de actuar en España. 

Como tenían que viajar, y no se quería que se supiera que no podían actuar en España (la vergüenza ajena de la dictadura), actuaban una vez (o las que fuera) en la isla, y seguían viaje. 

Ahí conocí, digo, a Serrat, junto a Elfidio Alonso, periodista, que fue el fundador de Los Sabandeños, el grupo canario que nació en 1965. Serrat era un chiquillo y ya era el corazón de la música, y un hombre peligroso para el franquismo. Iba camino de América Latina, y ahí siguió yendo, hasta ahora mismo. 

Es un gozo cultural y humano haber contado con su voz para decir lo que sentíamos cuando nos daba vergüenza decirlo con nuestras propias palabras. 

Es un cantante de la libertad, sí, pero sin sus palabras no hubiéramos sabido contar nuestros sentimientos.