Los que no pueden faltar: Joan Manuel Serrat. Cuba 2012


  Serrat en Cuba. 1973

Vídeo. Serrat en La Habana. 1973. La mujer que yo quiero 

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Cuba actualidad, Arroyo Naranjo, La Habana, (PD)
Fue el segundo domingo de mayo de 1973. 

Acompañado por una orquesta de 12 músicos que dirigía el pianista Ricardo Miralles, Joan Manuel Serrat, con camisa clara ajustada al cuerpo y el pelo muy por debajo de los hombros, se enfrentaba a una multitud de millares de personas que colmaban el recién estrenado anfiteatro del Parque Lenin, en las afueras de La Habana.

Para empezar el concierto, el cantautor catalán se declaraba “harto ya de estar harto” y proclamaba su intención de vagabundear tras una nube para serle fiel a los que le enseñaron el verbo amar: “los montes, los ríos, el sol y el mar.” Como si no bastara con esa declaración, advertía: “Y para no olvidarme de lo que fui/ mi patria y mi guitarra las llevo en mí/ una es fuerte y es fiel/ la otra, un papel”.

Estuve allí con un grupo de amigos. De ellos, sólo yo sigo en Cuba. Por entonces, tenía 17 años y atravesaba una de mis frecuentes rachas malas de aquellos tiempos. Alguno de ellos me prestó la ropa. Yo puse una botella, los cigarros y no recuerdo si algo más.

Soñadores de pelo largo –no tanto como hubiésemos querido porque en el preuniversitario velaban celosa y milimétricamente por nuestra pureza ideológica-, sentados en los bancos de piedra del anfiteatro o despatarrados en la hierba, delirábamos con la poesía de aquellas canciones que aunque no tenían que ver con el rock que nos mataba, igual nos mataban, pero de envidia, por no ser nosotros sus autores, a pesar de que decían precisamente lo mismo que nos hubiese gustado decir a nosotros. Y dedicárselas a Reina, la gloriosa pelirroja del “Bonilla”, que estaba allí con nosotros (¿cómo no iba a estar?).

Recuerdo que nos fuimos a pie, compartiendo los cigarros y la segunda o tercera botella de aguardiente de la noche, desde el Parque Lenin hasta más allá del paradero de La Fortuna, que fue donde logramos abordar una guagua.

El primer concierto de Serrat en Cuba había sido dos días antes, en el teatro “Amadeo Roldán”, sólo para invitados. El concierto del Parque Lenin fue por mucho tiempo el más multitudinario que se efectuó en La Habana.

Por aquellos días, tras un extenso periplo por Latinoamérica, Serrat cumplía uno de sus más caros sueños: conocer la Cuba de Fidel Castro y Che Guevara. En ella visitó escuelas en el campo, campamentos agrícolas de la Columna Juveníl del Centenario (seguramente él, tan progre, no descubrió que era un ejército cuadrillero de trabajo forzado), la casa de Hemingway en La Vigía y presenció un juego de béisbol en el Stadium del Cerro en que no debe haber entendido ni jota.

Su impacto en Cuba fue extraordinario. Saturados como estábamos por la avalancha del pop español con sus baladas ingenuas e inocuas, los textos poéticos de Serrat, su musicalización de los versos de Antonio Machado, Miguel Hernández y León Felipe, eran algo diametralmente distinto. Los cantautores nacionales acogieron como una revelación las impecables orquestaciones y la utilización de efectos teatrales en las presentaciones de Serrat. Hasta aquel momento, para todo el que cantara, acompañado a la guitarra, canciones medianamente inteligentes, parecía imposible escapar al influjo de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, los padres fundadores de la Nueva Trova.

Desde hace cuatro décadas, Joan Manuel Serrat es uno de mis ídolos. No importa si después que acabó la dictadura franquista, sus discos ya no fueron tan buenos como los seis que hizo entre 1969 y 1975 (¿acaso era posible grabar un disco superior a Mediterráneo?). Por suerte, hace años terminó su fascinación por la revolución de Fidel Castro. Así que nada para reprocharle. Y sí muchas buenas canciones que agradecerle.

Sólo que me entristece escucharlas. No sólo por la nostalgia de la juventud. No sé en cuantas despedidas de amigos que se van de Cuba he escuchado las viejas canciones de Serrat. Recuerdo particularmente una, hace más de 20 años, cuando vivía en La Víbora. Bien de madrugada, y bastante bebidos –no hay otro modo de afrontar tales desastres-, acabamos escuchando los discos de Serrat. Por supuesto, no faltó Penélope. Cuando el gorrión era ya insoportable, la mujer de mi amigo descolgó de la pared de mi sala el cartel del Consejo Nacional de Cultura que anunciaba el concierto habanero de mayo de 1973. Con letras amarillas sobre fondo negro, se leían los versos de Antonio Machado: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. “Se va con nosotros, para que siempre estemos juntos”, me dijo mi amiga.

Creo que ha sido así. Y suertes como esa hay que agradecérselas también a Joan Manuel Serrat.


Miércoles 21 de marzo de 2012
Escrito por Luis Cino Alvarez
Fuente: Primavera Digital de Cuba