Revista de la Red de Universidades Lectoras
Universidad de Almería – España
nacimiento de Miguel Hernández, queremos aquí homenajear a alguien que sin duda ha
sido el máximo difusor de la obra de este poeta, junto a la de otros, pero que
precisamente nos ofrece ahora un trabajo dedicado exclusivamente al autor de “Hijo
de la luz y de la sombra”. Impulsor del cocimiento de un género literario, la poesía,
que generalmente es disfrutado por unos pocos. Serrat, con su música, consigue
ponerlo al alcance de todos.
JOAN MANUEL SERRAT, UN JUGLAR DEL SIGLO XX
Para quienes hemos compartido contigo todo este tiempo pasado, tu música y tus letras nos han ido forjando en el recuerdo un “poso legible”, una “memoria con morada”, en la que la sencilla pronunciación de tu nombre, Joan Manuel Serrat, nos evoca un arquetipo humano muy próximo al “hombre bueno” de Machado.
Intelectualmente vemos en ti a un cantautor capaz no sólo de convertir en materia poética los diversos aspectos de la realidad, sino también de crear un arte desdoblado en una doble línea inacabable cuyos trazos configuran tu poesía y tu música. Y literariamente, a un escritor cuyas letras han ido configurando un árbol enraizado
profundamente en la tradición y de múltiples y frondosas ramas que tu has ido enriqueciendo, como todo artista que aspira a dejar huella, agregando bifurcaciones hasta convertirlo en un molde original en el que coexisten el pasado con el presente, la tradición con la modernidad.
Todos los aquí presentes, en mayor o menor medida y en tiempos y lugares diferentes, hemos gozado y hemos sufrido, hemos pensado y hemos sentido con tu música y tus letras. Pronto supimos también nosotros que los personajes estereotipados que creaste a partir de las vivencias que tuviste en tu humilde barrio de Poble-Sec, en la Barcelona de posguerra, eran intercambiables con cualesquiera otros de algunos de los barrios de la Almería de aquella época, descritos con esmero y verismo por Juan
Goytisolo en La Chanca y Campos de Níjar.
También todos hemos tenido vivencias similares a las tuyas durante “La noche de San Juan”; hemos aprendido a querer con tus “Palabras de amor”, sencillas y tiernas, o con “Tu nombre me sabe a yerba”; y cómo no, a sufrir con “El niño Yuntero” o las “Nanas de la cebolla”. Interiorizamos las formas de vida del sur con tus canciones,
algunas basadas en los poemas de Mario Benedetti. Disfrutamos de la luz y los días del
Mediterráneo, y aprendimos a movernos en la incipiente sociedad democrática con la
canción de Miguel Hernández “Para la libertad”.
De este modo, tutelados por tus canciones y guiados por el cine que veíamos en las salas confortables y oscuras o en los bulliciosos cines de verano, fuimos construyendo nuestra educación sentimental, a la que el franquismo quiso convertir en la ideología de una sociedad maniatada; sin embargo, bastaron películas como Gilda o Casablanca y canciones como “Penélope” o “Edurne” para que pensáramos en otra
ética y otra estética de nuestra sensibilidad. Aquella luz de luna a la par que máquina
de nuestros sueños que fue el cine y las letras de tus canciones, ya fueran tuyas o prestadas de Machado, Alberti, León Felipe o Cernuda, no solo configuraron nuestro horizonte intelectual, sino que ensancharon la educación sentimental que el sistema educativo y la sociedad gris de entonces quisieron imponernos. Una educación cimentada también sobre la censura, que llegó al extremo de mutilar canciones como “Fiesta”, “Muchacha típica”, “Edurne” o “Conejito de terciopelo”, y que por ello tuvieron que ser editadas en su versión original en Latinoamérica.
Y con objeto de empezar reseñando algunos de dichos méritos, señalaremos brevemente los aspectos más relevantes de tu ya dilatada trayectoria profesional desde que ésta se iniciara con tu primer concierto y tus primeras canciones a mediados de los años sesenta. Todavía recordamos hoy aquél pañuelo, el mocador, que nos acompañó en los primeros amores adolescentes y el frío húmedo de aquél tiempo, que no sólo era físico, sino metáfora de la soledad y el desamparo de los vencidos de la Guerra Civil.
Ahora que ya todos tenemos más de veinte años, es obligatorio recordar el Imaginario cultural que llegaste a construir valiéndote de tus letras cargadas de poesía y, muy especialmente, de tres grandes poetas: Machado, Hernández y Alberti.
Con este imaginario, los que habíamos sido educados en el canon lector del franquismo, aprendimos a leer y a pensar una realidad más plural y democrática, similar a las que se imponían en la Europa de aquellos años. Tú nos hiciste ver que la vida era mucho más rica y también mucho más compleja que aquella que se nos quería hacer pasar por vida verdadera y única: la de los Nodos. En ella no hubieran tenido cabida tus Palabras de amor, tu Manuel, ni tu Mediterráneo. Y si no cabían allí, ya nos interesaba más esa otra vida que nos proponía tu música que la oficial.
Por fortuna para muchas generaciones de españoles apareciste en el momento justo de completar nuestra educación sentimental y llevarla por caminos más complejos y elaborados que la que habíamos empezado a fraguar de la mano de algunos de los grupos de éxito del momento.
El relato de la vida cotidiana de la posguerra y la impresión en papel de las gentes sencillas de barrios humildes, hicieron visibles esas otras realidades, ética y estéticamente. Y todo esto con un potencial divulgador mayor que el de la literatura como es el que tiene la música de éxito, la que tuvo tu “Carmeta”, tu “Irene” o “Tío Alberto”.
Y entre todas ellas, no quisiera olvidar “Aquellas pequeñas cosas”, que dentro de tu disco ya citado, Mediterráneo, es una de tus letras más personales y evocativas, y que estuvo un año entre los once discos más vendidos, a pesar de la censura.
De este modo, diste un tono poético a la canción popular, que entonces tenía unas tonalidades más reivindicativas, hiciste tuya, recreándola, la estética mediterránea, mediante la reelaboración de algunos de sus mitos, tales como “La Fiesta de San Juan”, “Si dejo al mar mi barca” o “Si la muerte pisara mi huerto”. Este modo de recrear y divulgar la Mitología mediterránea, desde los fenicios, nos colocó ante nuestros ojos los espejos mágicos en los que hemos contemplado el reflejo de nuestras ilusiones y de nuestras inquietudes más profundas.
Ellos ofrecían respuestas a los grandes interrogantes que nos hacíamos sobre el universo, sus fuerzas, los hombres y nuestros orígenes, y también proporcionaban respuestas a temas de índole más personal, cimentando así estructuras mentales y un discurso narrativo con el que podíamos identificarnos y recordarlos, nos hicieran reír o llorar.
Y los poetas. Este imaginario lo has construido también, como hemos adelantado, sobre tres poetas: Machado, Alberti y Hernández.
Con respecto a Machado, hoy las cosas han cambiado, pero ayer fue un símbolo al que contribuyeron no sólo su obra, sino Colliure, su rostro demacrado, la madre agonizante, la huida y el terror y los fastos con la bandera tricolor, ya cadáver el poeta. Con Machado y con tu música, la democracia proscrita recogía al creador y lo convertía en su símbolo. Símbolo que también tenía algo trágico: la tragedia de aquel hombre bueno que siempre dio la cara, hasta el final de exilio y muerte. En él confluía la imagen de la derrota. Sobre este símbolo hicimos asimismo una lectura humanista, ético-política, porque su imagen nos situaba ante un pensamiento político que nos hablaba en nombre de la razón, la moral laica procedente del institucionismo, la cultura y la ciencia, es decir, los mitos de la tradición cultural de occidente y, por ende, de la España derrotada, ya colgada en las nubes y expulsada de su espacio y de su tiempo.
Y Alberti: su vitalismo vivido en las calles del Puerto o de Roma tenían necesariamente que coincidir con el de aquel niño de Pueblo Seco, con El pueblo blanco y con tus calles, sus patios, sus objetos y sus habitantes. Surgieron así poemas y
canciones de diversos sentidos que nosotros utilizamos como instrumentos ideológicos
contra la Dictadura.
Asimismo, leer al poeta-pastor, Miguel Hernández, poeta directo, como el agua y el rayo, y oírlo en tu voz, era rememorar el ramillete de temas que van desde el amor y los vientos del pueblo a los itinerarios malheridos y nuevamente a la muerte. Él fue un “alumno de bolsillo pobre”, como gustaba llamarle su amigo Sijé, al que su vocación y talento le llevaron a la cima del canon poético.
Tú convertiste en populares los tres elementos centrales de su cosmovisión del mundo: la vida, el amor y la muerte, con el telón de fondo de los Vientos del pueblo. Él encarna el compromiso político al que llega por una doble vía: ver el sufrimiento humano, la Explotación y la pobreza, síntesis del dolor que aparece en sus poemas, y la consiguiente reflexión intelectual que le conduce al socialismo como la salida natural a sus orígenes y a la situación de España.
En fin, sucesivas generaciones de españoles hemos construido con tus canciones nuestro imaginario colectivo del que ya formas parte como uno de sus pilares básicos.
Gracias, por esta ingente construcción intelectual que fuiste hilvanando, como tela de Penélope, con hilos tuyos, de Machado, Alberti, Hernández y Lorca -el Lorca de Bodas de Sangre, cuyos sucesos acontecieron en el Cortijo del Fraile-, y que nos llevó a creer en la posibilidad de unas vidas distintas en un mundo más moderno, más democrático, más libre y más justo. Por todo ello, por convertirte en un juglar urbano que ha sabido cantar desde las pequeñas cosas a los sentimientos imperecederos del ser humano, Nuevamente, muchas gracias.